10 DICIEMBRE 1976, NATZARET: EL REY DE ESPAÑA VISITA AL REY DE LOS GITANOS


Guillermo J. CETIGUEIRA - PUEBLO

Los Reyes descendieron de su automóvil y estrecharon la mano de los habitantes de las «casitas de papel». Era el segundo día de jornada de los Monarcas en Valencia. Don Juan Carlos y Doña Sofía visitaron el barrio de Nazaret, donde habitan un buen número de familias gitanas.

Entre todo el gentío, payos y calés, un hombre de tez morena se acercó a Don Juan Carlos. Ambos se estrecharon las manos. Miguel Ramón, el alcalde de Valencia, hizo las presentaciones. 

Todos los informadores nos preguntamos ¿quién era aquel caballero, aquel gitano? La respuesta nos llegó de una gitana que, con su churumbel en brazos, aclamaba a los Monarcas y Guardia Civil juntos.


—Es El Chele, el rey.

—¿Qué dice? ¿Que rey?

Y nerviosa la mujer nos aclaró: aquel hombre que seguía dialogando y riendo con los monarcas era también rey, pero rey de los gitanos. El Chele, padre da once criaturas, vivía en una de aquellas casitas de papel, y éi, sólo éi, había organizado todo aquel modesto, pero a la vez brillante, recibimiento a los Reyes. 

Doña Sofía acariciaba a una chiquilla de cara sucia que tendría escasamente un año; mientras, los gitanos, emocionados, soltaban palomas y gritaban entusiasmados.

En aquella visita nadie confió. Los payos dijeron que aquello era una «farolada» de El Chele. ¡Y otra vez El Chele! La curiosidad seguía picándonos, ¿quién era El Chele? 

Los informadores seguían los pasos, palabras y aconteceres de tan humanas escenas. SS MM. estaban en uno de los suburbios más populares de Valencia, mezclados entre la gente, entre los gitanos. Esos hombres que, se quiera o no, la sociedad les tiene marginados.

—Nunca vi tantos gitanos y guardias civiles juntos, dijo con cierto humor Don Juan Carlos, dialogando con El Chele.

—Somos todos buena gente, Majestad, le contestó el gitano.

El recibimiento no pudo ser más caluroso. Para los gitanos, la visita de los Reyes será inolvidable, pero mucho mas para El Chele, que llevó a los Reyes hasta su modesta casa. Don Juan Carlos y doña Sofía,rodeados de crios por todas partes, entraron en la humilde casa y dialogaron,acariciaron y gastaron bromas a sus moradores.

Poco después, El Chele, el alcalde, el rey de los gitanos me diría emocionado:

—Nunca olvidaré que el Rey ha besado a mis hijos y doña Sofía acarició las caras sucias de mis niños.

José Flores Arriba, El Chele, y su mujer, Felipa, estaban y están más contentos que unas pascuas. De alguna forma se sienten importantes. El gitano, que a los pocos minutos se sintió amigo de los soberanos, le contó mil cosas de los de su raza, de la marginación, de sus necesidades.

Sigo el diálogo con José Flores:

—Ustedes los gitanos tienen fama de saber pedir, ¿qué pidió usted a don Juan Carlos?

—Un poco de ayuda para estas casitas de papel; aquí no tenemos agua potable, queremos una mejor infraestructura, y que no crea todo lo malo que comentan los payos de nosotros, los gitanos. Habernos de todo, de buenos y de malos; lo mismo pasa con los payos, ¿o no?

—¿Y no pidió usted nada mas?

—Nada más. Yo no pedí soluciones a mis problemas particulares, yo pedí para todos los de mi raza y, en especial, para quienes vivimos aquí tan humildemente en Nazaret.

—¿Qué le prometió el Rey?

—Me dijo que habla muchas cosas que atender, pero que no olvidaría nuestras necesidades. Hará todo lo que pueda por los gitanos.

No sabe ni leer ni escribir y es alcalde y rey de los gitanos. El Chele quizá tiene cualidades mucho mayores que las mencionadas; es, ante todo, comprensible y defensor de las necesidades de los demás.

Cuando un gitano es detenido , él se presta para ir a hablar con la Guardia Civil o con la Policía o con quien haga falta para ayudarle y quede en libertad. De ahí que los de su raza le hayan nombrado alcalde y rey. El Chele tiene trato con ios concejales valencianos, con el jefe de la Policía, con el alcalde, con hombres influyentes, me contó.

La calle de Beneparrell de Nazaret, el día 1 de noviembre, estaba engalanada. Banderas nacionales de tela y papel pedidas a quienes tienen más dinero, hechas a mano por ios gitanos mismos Y en la casa del Chele, una gran bandera nacional de tela sujeta con una caña.

—¿De dónde sacó usted esa bandera, Chele?

—La pedí prestada.

El modesto hogar de José Flores y Felipa Ortiz tiene abundancia de fotos colgadas por las paredes; fotos de su familia, que es extensa, según vimos.

—¿No tiene ninguna foto de los Reyes, Chele?

—No, pero ya hemos pedido una para hacer copias y poner una en casa de todos los gitanos. No va a faltar a nadie, me encargo yo. Los Reyes son buenos y se lo merecen.

Que los Reyes fueran al barrio de los gitanos de Nazaret, que fueran ondeadas banderas entre las manos nerviosas de niños y mayores y que SS. MM. estuvieran en casa del Chele es algo que todavía no acaban de creer.

—¿Por qué cree usted que el Rey entró en su casa?

—La verdad, porque yo lo había pedido al alcalde, don Miguel, y él lo consiguió, con eso de que es consejero del Reino...

El gitano me insiste.

—Yo sé que don Juan Carlos me hará caso a todo lo que le pido. Le di una carta, ¿sabe? Allí se lo expliqué todo Me fastidia esa asociación de payos que se está metiendo con nosotros. Yo sé que el Rey se preocupará de ese asunto.

La carta no la escribió El Chele, porque ya dijo que no sabe ni leer ni escribir. La carta se la escribieron. Las letras no son lo suyo, pero sí los números. En los números —me dijo— soy único en el mundo.

—¿De qué trabaja usted para mantener a una docena de familia?

—Soy relojero, arreglo y vendo relojes,

—Relojes de los que funcionan o de los que no.

—Son baratos, pero funcionan hasta tres y cuatro meses.

—¿Es usted amigo mío. Chele?

—Sí, hombre.

—¿Me vendería uno de esos relojes?

—Sí, ¿por qué no? Ya sabe usted, son de duración ¡imitada; éste le puede funcionar hasta dentro de cuatro meses.

—¿Y esto Se lo advierte usted a todos sus clientes?

—A todos a todos, no; sólo a algunos como usted.

—¿Entonces, a los otros los engaña?

—¿Cree usted que los payos no engañan? Para poder comer, amigo, hay que hacer muchas cosas. Yo vendo estos relojes a quinientas pesetas, ¿qué se puede dar por este precio? Le compré uno por vendérmelo un gitano honesto que tiene, como todo hombre, que mantener una familia. Si el reloj no camina cuando llegue a casa, qué más da; son peores otros engaños que los payos a veces cometen. Además me llevo un reloj del Chele, de un rey que habló con otro Rey, Casi de tú a tú,rompiendo toda la barrera protocolaria. Lo humano está antes que nada, y don Juan Carlos y doña Sofía así lo entendieron.

"Somos todos buena gente, Majestad", le contestó El Chele


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