POR QUÉ SÍ FUI A ESTA MANIFESTACIÓN


Hace mucho que no iba a una manifestación. Personalmente creo que se ha abusado de un derecho que históricamente se ganó, como todos los derechos de verdad, a fuerza de sangre y resistencia. Algo a lo que se recurría cuando no había otra manera, cuando la desesperación hacía que las masas tomaran las calles, aun a riesgo de la segura violencia que los poderosos iban a utilizar para reprimir el desafuero, aun a riesgo de dejarse la vida en el intento, y sin más objetivo ni programa que dar rienda suelta a la indignación. Una muestra de que el derecho de manifestación se ha agotado a sí mismo fue el 15 M, que no se articuló con manifestaciones, sino con acampadas, en las que se vulneraba esa legalidad artificial y artificiosa que se nos impone, y en las que el filo de la navaja está precisamente en si el poder tendrá el valor suficiente para mandar a sus gorilas a disolver o se lo pensará mejor y optará por dejarlo estar, esperando que el suflé se desinfle poco a poco si no le hacemos caso. Esa doble apuesta entre amenaza velada por un lado y resistencia y crecimiento por el otro permitió al 15 M hacerse duradero y trascendente.

La mayoría de las manifestaciones a las que asistimos, civilizadas, encauzadas, legalizadas, con permisos previos de la autoridad, itinerarios pactados, etc. dejaron de ser un acto reivindicativo para ser una especie de liturgia de viejos amigos que quedan para animarse entre ellos con un paseo en común, en los que sacar a los niños, los globos, las pancartas y otros elementos festivos.

Lejos de mí pretender ser un cínico por encima del bien y del mal que mira desde su torre de marfil a quienes todavía acuden a algunas o muchas de las manifestaciones que se convocan. También influye que uno va cargando años, que lo antaño emocionante hoy me resulta aburrido, que las desilusiones hacen mella en mi espíritu, y que no soporto pensar que por mucha gente que se reúna en una manifestación, por mucho ruido que se haga o se llame la atención, al final ellos sacan las urnas y mediante la estrategia de adocenamiento y engaño no bajan de un tercio de electorado, o mucho más según se mire.

A pesar de todo eso, de ese poso de amargura que hace que quien ha metido muchos kilómetros en sus pies y ha gritado mucha consigna ahora lo deje para otros con más ganas, este pasado domingo acudí a la manifestación contra la política de inmigración y de asilo de este gobierno y de la Unión Europea.

Y lo hice porque soy jurista. Y porque el Derecho se inventó para que, en ese algo tan humano como es el conflicto, no gane siempre el más fuerte o el más violento. Que ese invento se ha tergiversado, manipulado y revertido para lo contrario de su concepción, que ha sido usurpado por los fuertes y violentos, es algo que resulta evidente en la Historia, pero ello se conseguía, en la inmensa mayoría de los casos, rompiendo el Derecho, y en construcción de la farsa resultante se le pretendía dar visos de juridicidad al engendro con manos siempre dispuestas y animosas a colaborar. Uno no tiene más que dar un repaso a la historia de las tiranías varias para ver cómo se han sabido vestir de toga y birrete, escondiendo  botas y sables y puñales.

Creo que el transcurso de este blog puede resumirse de una manera: estamos instalados en el subterfugio. Hablaremos bien alto de igualdad y derechos humanos en tanto ese discurso no moleste nuestros objetivos acomodaticios. Rajoy, el gran constructor de vallas con cortantes concertinas, el sostén moral de ministros y directores generales de la guardia civil encubridores de asesinato, el prototipo y ejemplo de Europa en la política de contención de cualquier tipo de inmigración, el que ha permitido la entrada de cifras ridículas de refugiados se permitía proclamar a España como adalid de la protección a la libertad por dar más nacionalidades que nadie. Como dicen en mi pueblo, con dos cojones.

Lo cierto es que el Derecho opera no cuando resulta agradable que opere. Si yo firmo un contrato de compraventa el derecho no opera cuando me entregan y recibo la ansiada cosa, sino cuando tengo que – nunca de buen grado – pagarla. En 1951 cuando Europa apenas terminaba de enterrar escombros y cenizas se firmó una Convención Internacional sobre los refugiados en la que el mundo firmó que si se producían de nuevo las catástrofes de la guerra y la preguerra, nos endeudábamos con esa situación, y nos obligábamos con un contrato vinculante, a acoger a las víctimas. Y esa deuda es tan importante – mucho más – que las deudas financieras que nadie se plantea no pagar con el FMI, el Banco Mundial o los bancos internacionales. Una deuda de Derecho que hay que pagar abriendo nuestras fronteras, cueste lo que cueste. Y porque además, si nos obligamos a nosotros mismos, obligamos a los demás, y entre todos, puesto que es una deuda de todos, es mentira que no se pueda pagar ni que resulte tan gravosa.

En ese juego de usurpación del Derecho por los fuertes y violentos no recuerdo momento en que la prevaricación haya sido tan descarada, en que el abandono del cumplimiento de una obligación haya sido tan miserable. Hasta los nazis quemaron el Parlamento para no tenerse que someter a él, pero que ese club de ricos caballeros europeos se reúna en su mesa redonda para pactar incumplir su obligación de proteger a los débiles, ni es de caballeros, ni de europeos. Quizá sí típico de ricos.

PD: Mientras estoy escribiendo esta entrada me llega una lamentable noticia: el Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha archivado la demanda contra el “Acuerdo” entre la Unión Europea y Turquía para quitarse de encima a los refugiados sirios. El argumento es que no se puede recurrir porque no se trata ni de un acuerdo internacional ni de un tratado, puesto que no se llama así, sino que se anunció con una nota de prensa y no se le puso un nombre preciso.

No se me ocurre otro cuento para ilustrar la repugnante cobardía que supone este insulto a la inteligencia: un hombre tenía prohibido beber leche por su médico, y fué a la tienda, donde vió un líquido blanco y en botella, aunque sin etiqueta. Preguntó al propietario del comercio, ávido por vender ¿es eso leche?, a lo que el perspicaz comerciante respondió, sabiendo de la prohibición que aquejaba a su vecino: Nooooooo, se trata de “extracto líquido de glándulas mamarias de vaca madre”. Sólo un imbecil en este caso compraría la botella, pues parece ser que los magistrados del altísimo tribunal de la Unión nos quieren convencer de su imbecilidad, antes de admitir que se han vendido, y han vendido el Derecho, a los mezquinos intereses electorales de unos gobernantes más cuidadosos de mantener su puesto que de cumplir la Ley que les compromete y obliga, aquella que juraron o prometieron cumplir por su conciencia y honor.

Qué asco, por Dios, qué asco


Paco Solans

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