LA LARGA BATALLA DE LOS CIES (IV)


Nos quedamos en el anterior capítulo con que el informe sobre el CIE de Valencia se había comprometido con la Delegación del Gobierno, cuya cabeza visible había cambiado a una elección del nuevo Superministro de Interior y Justicia Alberto Belloch, para una etapa que se prometía breve. Todo auguraba que la larga decadencia que llevaba arrastrando el PSOE de Gonzalez iba a terminar en unas elecciones cuyo resultado muchos temíamos, viendo al candidato Aznar haciendo de las suyas. Así que saqué de la impresora el informe y lo presenté al registro de entrada de la nueva Delegada, Carmela Moya, y quedé a la espera de que se me convocara a una reunión, se me pidiera que lo explicara, o que se me explicaran medidas a tomar a consecuencia del informe.

Y esperé, sabiendo que unos cincuenta seres humanos, como mínimo, estaban pasando por una película de terror por el mero capricho de unos cuantos Fredy Kruger de pacotilla y la negligencia cobarde de quienes tenían que velar por sus derechos y no lo hacían.


Y esperé, sabiendo que unos cincuenta seres humanos, o quizá más, eran encerrados durante días sin poder ver apenas la luz del sol, sometidos a una soledad cruel y a un tiempo sin futuro.

Y seguí esperando, sintiendo sobre mi conciencia que la espera era como dejar hacer, que el tiempo era sufrimiento para otros, y que no podía esperar más.

Y me cansé de esperar, no por esperar en sí, sino porque había dado tiempo más que suficiente, y esperar más era hacer el juego a quienes menos lo merecían.

Así que saqué otra copia de la impresora, y me la llevé a la copistería, y encargué una colección: para cada juez de instrucción de Valencia, para la fiscalía, para la prensa, para responsables políticos, para compañeros, para el decano del Colegio de abogados…  Y al día siguiente era portada en algún periódico valenciano. Tampoco vayan a creerse que a toda página. Nota en portada y página amplia en interior, al menos el periodista se notaba que se había leído el informe.

Al día siguiente me llamaron a Delegación del Gobierno para una reunión pocos días después con todas las ONGS dedicadas a inmigración. En Delegación no habían reparado en medios: estaba todo el mundo. Se suponía que era para presentarse la nueva Delegada, y presentar una nueva línea política algo menos agobiante que la de sus predecesores. Los prebostes al completo, la prensa en la sala de al lado, esperando que saliéramos – siempre que no fuera más tarde de las doce, que la redacción cierra espacios –. Las fuerzas vivas, ongs, sindicatos, plataformas, asociaciones, etc, etc, en plenitud, con ese discurso un tanto ingenuo de dirigirle quejas a un Delegado contra la Ley de Extranjería, a las que ésta se entretenía en contestar con su falta de competencia y el supremo imperio de la Ley. Sin embargo la reunión resultaba sospechosa, pues resultaba excesivamente vacía. He asistido a unas cuantas reuniones de este tipo y la vacuidad y sensación de pérdida de tiempo es permanente, pero en este caso se dirigíeron algunas peticiones concretas perfectamente atendibles, y sin embargo la respuesta fue – con buenas palabras, sí – que no, que no, o un “ya veremos” que quería decir que no. En otras ocasiones, la reunión termina con un “encantados de haberos conocido”, falsa sonrisa y cara de “a ver si dejáis de fastidiar”, pero al menos queda claro que se nos ha llamado para algo. Sin embargo, la cosa se alargaba, hasta que, como en el cuento, el reloj dio las 12, en este caso del mediodía, los periodistas se fueron y comenzó la verdadera reunión, se desveló su razón: me tocaba hacer de payaso de las tortas.

Ningún compañero de bando – y si alguien de los que estuvo presente lee esto, sepa que aún me duele – salió en mi apoyo o defensa, con lo que aquello se convirtió en un todos contra uno. Como siempre que manda la demagogia, se me acusó de las formas, para soslayar el fondo. ¿Cómo me había atrevido a enviar el informe a la prensa sin haber esperado una respuesta? Respuesta: Esperar, esperé, pero el silencio es un tipo de respuesta que puede ser muy elocuente. ¿Cómo a dar semejante golpe sin la lealtad de obtener una respuesta? La respuesta la tuve, más de un mes de callada es una respuesta, y bien clara. Hasta hubo quien me atacó por lo personal, con un lacrimoso “yo no me esperaba esto de ti, Paco”, ante lo que yo no encontraba palabras en el vocabulario normal. Hasta Blanquer, el jefe de Brigada del que hablé otros días, se atrevió a acusarme de lanzar acusaciones falsas contra su honor, porque decía que con mis insinuaciones le estaba injuriando como ladrón. Je. Y ahí le dí en blando: “la acusación de ladrón sería un favor que se le haría, pues el robo es aún una motivación comprensible. Pero los otros motivos posibles le dejan en peor lugar.”

Contraataqué – cierto, me dejé llevar por mi vena teatral cuando planté las dos cajas de encuestas encima de la mesa, pero es que uno tiene sus debilidades – diciendo que si querían desviar balones, que allá ellos, pero que me dijeran un solo punto en que el informe era mentira, y yo les demostraría la fuente y el razonamiento. Fue un poco indignante porque hay que ser gilipollas para montar semejante circo por intentar amilanar a un chaval, que es lo que yo era entonces, aunque respondón.

Y cuando me quedé de piedra pómez – lo siento, no me acostumbro al cinismo, y mira que me lo he topado veces – fue cuando al despedirse de mí, y yo educadamente le estreché la mano, la flamante nueva Delegada me llevó a un aparte para elogiar mi trabajo, ensalzar mi valía, pedir mi colaboración y decirme que es que había que tener en cuenta la pandilla con la que ella tenía que trabajar.

Luego supe que se habían tomado algunas medidas, que algún jefecillo fue invitado a jubilarse, y algún otro trasladado a unidades menos conflictivas, de forma que discretamente se consiguió que todo cambiara para que todo siguiera igual. Dos años después repetimos la experiencia, y si bien se había limado lo más cortante, la situación seguía básicamente igual. De hecho, han pasado veinte años, y la situación sigue básicamente igual, salvo en un aspecto no poco importante, del que hablaré el próximo día.

Pero señal de que les hice daño. Capeé el temporal, jugué el toro, navegué el partido, y lo que sólo fue una escaramuza local fue el comienzo de una larga batalla que hoy todavía se libra, y se seguirá librando hasta que se cierren esos antros perversos, esos guantánamos oscuros, que nuestra legislación – aquí, náusea – permite y ampara.
Sobre eso, continuará.

Paco Solans
El blog "El extranjerista"

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