EL PUERTO

RAFAEL RIVERA

Allá por los años setenta, el poder establecido tenía un proyecto para Valencia, aunque no lo crean. En ese proyecto destacaban tres propuestas destinadas a construir una nueva ciudad moderna, cosmopolita, atrevida, o al menos eso decían. La urbanización del Saler, la autopista por el cauce histórico del Turia, y la otra autopista por las playas de levante y Malvarrosa, eran tres baluartes avalados por las genialidades de la administración y con toda la maquinaria del poder a su servicio.

Pero enfrente se encontraron al vecindario, con pocas armas pero poderosas: el sentido común, la intuición, la convicción y una visión diferente de lo que es una ciudad. Y contra todo pronóstico, el mundo cambió. Se produjo el milagro, la unidad de la ciudadanía (en el sentido más amplio y más hermoso del término) bloqueó las amenazas y recuperó la ciudad para todos. El Saler cambió de rumbo, abandonó aquella idea de urbanización de lujo, con hipódromo, campo de golf y hoteles, y se convirtió en parque natural para regocijo no solo de la gente, también del mundo animal, vegetal y mineral. El viejo cauce del Turia se metamorfoseó y cambió aquel amasijo de carriles y más carriles por un jardín lineal vertebrador. La autopista por las playas del norte, simplemente desapareció en los planos dejando paso a un paseo marítimo de uso colectivo.


Esas tres muestras de sensibilidad urbana cambiaron la ciudad para siempre y la convirtieron en lo que es hoy. Da miedo imaginar lo que habría ocurrido si el poder se hubiera salido con la suya y viviéramos ahora sumergidos en un laberinto de carreteras, coches y paisajes destruidos. Ya ven, disfrutamos de esta ciudad gracias al movimiento ciudadano.

Pero el poder no duerme y el puerto vuelve a reclamar un acceso norte dormido que despierta intermitentemente produciendo pesadillas y planteando un jaque mate al litoral. No importa que las playas del sur retrocedan alarmantemente, no importa que la ZAL fuera un atropello injustificado, no importa el castigo permanente a Nazaret; cuando el puerto levanta la voz, tiembla la ciudad. Hoy, cuarenta años después, hace falta de nuevo que la ciudadanía despierte y vuelva a dar lecciones de sensatez defendiendo un litoral que es de todos. Ahí nos encontraremos.

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