LOS ÁRBOLES DE LA CIUDAD


Rafael Narbona | Paisajista 03.07.2017 | Levante EMV

Leer que el Ayuntamiento quiere incrementar la cantidad de árboles frondosos en nuestras calles es una muy buena noticia, sobre todo en un momento en que la ciudad hierve y nuestro entorno arde. La elección del arbolado urbano, y más concretamente del arbolado viario, debe someterse a un cuidadoso estudio tanto por la importancia de su función ambiental como por el coste en todos los sentidos que supone el abatimiento de un árbol equivocadamente ubicado tras muchos años esperando a que alcance su madurez y su óptimo rendimiento.

La verdad es que no debería ser noticia que el arbolado urbano deje de depender de modas o antojos varios. Para definirlo bien hay que tener en cuenta más de treinta factores y variables, desde la geometría y orientación de la calle hasta las características del suelo, clima y entorno, pasando por la capacidad de cada especie para enfrentarse a las duras condiciones urbanas. Además, necesitan muchos años para lucir y brindarnos sus múltiples beneficios, por lo que no nos podemos permitir fallar en su elección.

Incluso cuando se habla de listados de árboles adecuados para la ciudad hay que ser precavidos. Un árbol que funciona perfectamente en una calle, dándole incluso fama y carácter a la misma, puede ser un desastre unas pocas calles más allá, o árboles que siempre han tenido una vida saludable entre nosotros, apenas son capaces ahora de sobrevivir. De ahí la importancia de la experiencia local entre quienes toman estas decisiones. Precisamente nuestra ciudad fue de las primeras, sino la primera, en tener un equipo excepcional de técnicos arboristas, creado por alguien que nos dio lo mejor de su vida y sabiduría pese al lamentable trato que sufrió por parte de la administración local.

Sin embargo, hay una cuestión que es mucho más importante, si cabe, que la sabia elección del arbolado. Cada año las olas de calor se suceden más a menudo y con mayor virulencia. El mes de julio supera desde el año pasado al de enero en consumo eléctrico, un claro índice de nuestro camino hacia un país tórrido.

Me da igual si ese cambio es debido a un invento de los chinos o de un fondo buitre que quiere comprar Greenpeace, pero los datos acerca de sus efectos sobre la salud pública son muy preocupantes y exigen medidas muy urgentes y contundentes, medidas que van más allá de cambiar unos naranjos por fresnos. Y la idea de un nuevo plan para el arbolado de la ciudad es una de esas oportunidades que no podemos permitirnos el lujo de dejar escapar.

Es hora, pues, de que el verde sea el protagonista de la planificación urbana, salvo que aspiremos a vivir sin aire, sin agua y con la piel tumorizada. Ya no vale eso de adaptar el árbol a la acera o al alcorque, que no sé qué es peor. Es la sección de la calle la que nos define el mayor árbol que cabe, respetando siempre, como mínimo, una distancia a las fachadas equivalente a un tercio de la sección total. Es más, los alcorques deberían pasar a mejor vida dando paso a franjas verdes y drenantes.

Por ejemplo, el trabajo conjunto de los responsables del verde y del agua de la ciudad de Portland por medio de estas tipologías urbanas, le ha permitido a la ciudad ahorrarse más de sesenta millones de dólares en mantenimiento y reparaciones de la red de alcantarillado, además de los inmensos beneficios aportados al medio ambiente y a la salud y confort de sus ciudadanos. Por supuesto los pavimentos son permeables, algo que se da por hecho en medio mundo mientras aquí seguimos forrando la ciudad de hormigón para posteriormente chaparla con la piedra más cara y lejana posible. (Lo del consumo kilómetro cero parece que es solo para los tomates). Enfriar tan solo consiste en extraer calor. Drenar en el lugar el agua de la lluvia para que vuelva a la atmósfera llevándose el calor, es el más antiguo, natural y eficiente sistema de refrigeración que existe. Y gratis. Y sin generar CO2.

No hace falta disponer de millones y millones de euros para re-urbanizar nuestras calles, y menos para dejarlas igual de soleadas e impermeables. Hay cientos de ciudades con menos recursos que nosotros que lo están haciendo. Eliminar una franja de dos a tres metros de asfalto, para llenarla de material drenante y buen sustrato y terminarla con árboles, arbustos y variadas hierbas cuesta doce veces menos de lo que invertimos habitualmente. Ya lo acabaremos de lujo cuando se pueda.

En fin, que empiezas por pensar si cambias un naranjo por un fresno y acabas dándole la vuelta a la ciudad como si fuera una tortilla. Todo sea por no acabar friéndonos en ella.



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